Una vez
finalizada la Segunda Guerra Mundial, la segunda globalización impactó en Corea
del Sur provocando un auténtico despegue de su economía entre los años sesenta
y los noventa. Todo ello como consecuencia de las dotaciones de factores que
poseía (mano de obra barata) y las condiciones políticas e históricas dadas
(guerra fría, crecimiento económico de sus vecinos asiáticos, control estatal
de la inversión extranjera…). De esta manera, Corea apostó por una industria
intensiva en mano de obra y orientada principalmente a la exportación, mediante
los llamados chaebol, conglomeraciones empresariales nacionales y privadas dirigidas
por los clanes familiares surcoreanos. Asimismo, el gobierno surcoreano tan
solo permitió el acceso al mercado interno a compañías foráneas dispuestas a
transferir know-how, es decir, a aportar sus conocimientos tecnológicos a las
empresas nacionales. Como consecuencia de este hecho, la inversión extranjera
en Corea estuvo muy condicionada por los intereses nacionales y resultó
complementaria a la local.
De esta manera, aunque la desigualdad de ingresos en Corea aumentó desde
la década de 1960, cuando el gobierno comenzó a implementar una serie de planes
quinquenales de desarrollo económico, la desigualdad de ingresos se redujo
entre 1980 y 1990. Según Hagen Koo, a mediados de los 80’s, sorprendentemente
dos tercios de las familias coreanas se definían a sí mismas como clase media.
No obstante, fue a partir de los 90’s cuando los niveles de crecimiento
de este “dragón asiático” empezaron una paulatina declinación. La crisis financiera
asiática de 1997 que estalló en Tailandia también contagió Corea del Sur. Se
puede decir que la respuesta a esta crisis fue una globalización más profunda
ya que, bajo la dirección del FMI y el Banco Mundial, el gobierno coreano
implementó una serie de medidas para liberalizar totalmente el mercado
financiero nacional. Estas reformas tuvieron como consecuencia la dualización
del mercado laboral, basada en la existencia de unos puestos fijos y bien
remunerados en contraposición a otros temporales, poco cualificados y, por
supuesto, con unas retribuciones más bajas. Esta disparidad en el mercado
laboral también se vio potenciada por las políticas de deslocalización que
llevaron a cabo los chaebols. Así pues, el incremento de la desigualdad del
ingreso del trabajo pasó del 0.443 en el Índice de Gini en 1998 al 0.463 en
2008, y tuvo como consecuencia una creciente dualización económica de la
sociedad coreana según Jongsung Kim. De este
modo, en esta época posterior la globalización tuvo un efecto negativo en la
desigualdad. El motivo principal que nos lleva a hacer esta deducción es la
preponderancia que adquirió la globalización financiera a lo largo de estos
años que, como hemos señalado anteriormente, suele presentar efectos perversos
sobre la desigualdad. Tal fue el impacto de esta crisis que, según un estudio
del Ministerio de Trabajo de Corea, el 61 % de los surcoreanos que se
identificaron como clase media durante el período anterior a la crisis
financiera, se convirtieron en un 45 por ciento para mediados de 1999. Sin
embargo, si tenemos en cuenta otro tipo de ingresos, además del ingreso del
trabajo, el panorama cambia. Según Jongsung Kim, los coeficientes de Gini de
otras fuentes de ingresos (rentas inmobiliarias, los ingresos de la seguridad
social, ingresos por transferencias y otros ingresos) hicieron que se redujeran
la desigualdad de ingresos en el ingreso total entre 1998 y 2008.Desde
una perspectiva actual, podemos prever tres tipos de consecuencias negativas si
no se controla la desigualdad de ingresos en Corea del Sur.
La
primera podría basarse en el aumento de la inestabilidad política y social
debido a la ralentización de la movilidad social y la proliferación de los
conflictos de clase. De hecho, en estos momentos, como afirma Hagen Koo, existe
una creciente disparidad en todos los aspectos de la vida social surcoreana
(patrones de consumo, estilo de vida, segregación residencial, etc.). Por
ejemplo, en Corea del Sur cada vez es más evidente la influencia del nivel
socioeconómico en el rendimiento estudiantil . Ciertamente los jóvenes
procedentes de familias con bajos ingresos tienen escasas oportunidades de
ascender en la escala de ingresos o jerarquía socio-económica.
El
segundo efecto de un incremento en la disparidad de ingresos entre los
ciudadanos surcoreanos sería la disminución del crecimiento económico del país.
La continuidad de la contracción de la clase media y la brecha de ingresos
podría reducir el consumo doméstico y los incentivos de inversión.
Y, por
último, la creciente desigualdad puede identificarse como un proceso de
injusticia social. Como hemos señalado a lo largo de este análisis, y en contra
de lo que sostienen algunos firmes partidarios de la globalización, el
crecimiento económico y la globalización no benefician a todos, sino que
existen perdedores. El informe de Oxfam sobre la desigualdad del G20 desde 1990
sostiene está misma conclusión y afirma lo siguiente: “los hechos muestran que
las personas pobres no se beneficiaron de forma justa durante los años de
bonanza económica y luego han sido quienes han sufrido con mayor virulencia los
efectos de la posterior crisis económica”. Este argumento coincide con lo que
Milanovic llama los grandes perdedores o al menos “no-ganadores” de la
globalización, que serían aquellos que están en la clase media-alta global y
sufren un proceso de constreñimiento en muchas economías avanzadas.
Como
conclusión, podemos afirmar que la globalización en Corea del Sur ha tenido
efectos opuestos en la desigualdad dependiendo del período histórico, la
actuación del gobierno y la estabilidad económica internacional. Igualmente,
podríamos afirmar que la globalización ha beneficiado más al crecimiento
económico del país, que a la convergencia de los ingresos de su población. Para
acabar, ante la situación actual, el gobierno surcoreano habría de centrarse en
la reestructuración de la mano de obra para combatir la dualidad del mercado y
en la construcción de un nuevo sistema de seguridad social que garantice una
verdadera igualdad de oportunidades. En particular, sería muy necesario que
este se comprometiera a impedir que la educación continúe siendo una importante
fuente de desigualdad. De este modo, sería muy adecuado que el gobierno logrará
a través de sus políticas lo que proclamó el pródigo pensador chino, Confucio:
“donde hay educación no hay distinción de clases”.
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