martes, 26 de noviembre de 2013

Globalización

Una vez finalizada la Segunda Guerra Mundial, la segunda globalización impactó en Corea del Sur provocando un auténtico despegue de su economía entre los años sesenta y los noventa. Todo ello como consecuencia de las dotaciones de factores que poseía (mano de obra barata) y las condiciones políticas e históricas dadas (guerra fría, crecimiento económico de sus vecinos asiáticos, control estatal de la inversión extranjera…). De esta manera, Corea apostó por una industria intensiva en mano de obra y orientada principalmente a la exportación, mediante los llamados chaebol, conglomeraciones empresariales nacionales y privadas dirigidas por los clanes familiares surcoreanos. Asimismo, el gobierno surcoreano tan solo permitió el acceso al mercado interno a compañías foráneas dispuestas a transferir know-how, es decir, a aportar sus conocimientos tecnológicos a las empresas nacionales. Como consecuencia de este hecho, la inversión extranjera en Corea estuvo muy condicionada por los intereses nacionales y resultó complementaria a la local.
De esta manera, aunque la desigualdad de ingresos en Corea aumentó desde la década de 1960, cuando el gobierno comenzó a implementar una serie de planes quinquenales de desarrollo económico, la desigualdad de ingresos se redujo entre 1980 y 1990. Según Hagen Koo, a mediados de los 80’s, sorprendentemente dos tercios de las familias coreanas se definían a sí mismas como clase media.

 No obstante, fue a partir de los 90’s cuando los niveles de crecimiento de este “dragón asiático” empezaron una paulatina declinación. La crisis financiera asiática de 1997 que estalló en Tailandia también contagió Corea del Sur. Se puede decir que la respuesta a esta crisis fue una globalización más profunda ya que, bajo la dirección del FMI y el Banco Mundial, el gobierno coreano implementó una serie de medidas para liberalizar totalmente el mercado financiero nacional. Estas reformas tuvieron como consecuencia la dualización del mercado laboral, basada en la existencia de unos puestos fijos y bien remunerados en contraposición a otros temporales, poco cualificados y, por supuesto, con unas retribuciones más bajas. Esta disparidad en el mercado laboral también se vio potenciada por las políticas de deslocalización que llevaron a cabo los chaebols. Así pues, el incremento de la desigualdad del ingreso del trabajo pasó del 0.443 en el Índice de Gini en 1998 al 0.463 en 2008, y tuvo como consecuencia una creciente dualización económica de la sociedad coreana según Jongsung Kim. De este modo, en esta época posterior la globalización tuvo un efecto negativo en la desigualdad. El motivo principal que nos lleva a hacer esta deducción es la preponderancia que adquirió la globalización financiera a lo largo de estos años que, como hemos señalado anteriormente, suele presentar efectos perversos sobre la desigualdad. Tal fue el impacto de esta crisis que, según un estudio del Ministerio de Trabajo de Corea, el 61 % de los surcoreanos que se identificaron como clase media durante el período anterior a la crisis financiera, se convirtieron en un 45 por ciento para mediados de 1999. Sin embargo, si tenemos en cuenta otro tipo de ingresos, además del ingreso del trabajo, el panorama cambia. Según Jongsung Kim, los coeficientes de Gini de otras fuentes de ingresos (rentas inmobiliarias, los ingresos de la seguridad social, ingresos por transferencias y otros ingresos) hicieron que se redujeran la desigualdad de ingresos en el ingreso total entre 1998 y 2008.Desde una perspectiva actual, podemos prever tres tipos de consecuencias negativas si no se controla la desigualdad de ingresos en Corea del Sur.
La primera podría basarse en el aumento de la inestabilidad política y social debido a la ralentización de la movilidad social y la proliferación de los conflictos de clase. De hecho, en estos momentos, como afirma Hagen Koo, existe una creciente disparidad en todos los aspectos de la vida social surcoreana (patrones de consumo, estilo de vida, segregación residencial, etc.). Por ejemplo, en Corea del Sur cada vez es más evidente la influencia del nivel socioeconómico en el rendimiento estudiantil . Ciertamente los jóvenes procedentes de familias con bajos ingresos tienen escasas oportunidades de ascender en la escala de ingresos o jerarquía socio-económica.
El segundo efecto de un incremento en la disparidad de ingresos entre los ciudadanos surcoreanos sería la disminución del crecimiento económico del país. La continuidad de la contracción de la clase media y la brecha de ingresos podría reducir el consumo doméstico y los incentivos de inversión.
Y, por último, la creciente desigualdad puede identificarse como un proceso de injusticia social. Como hemos señalado a lo largo de este análisis, y en contra de lo que sostienen algunos firmes partidarios de la globalización, el crecimiento económico y la globalización no benefician a todos, sino que existen perdedores. El informe de Oxfam sobre la desigualdad del G20 desde 1990 sostiene está misma conclusión y afirma lo siguiente: “los hechos muestran que las personas pobres no se beneficiaron de forma justa durante los años de bonanza económica y luego han sido quienes han sufrido con mayor virulencia los efectos de la posterior crisis económica”. Este argumento coincide con lo que Milanovic llama los grandes perdedores o al menos “no-ganadores” de la globalización, que serían aquellos que están en la clase media-alta global y sufren un proceso de constreñimiento en muchas economías avanzadas.

Como conclusión, podemos afirmar que la globalización en Corea del Sur ha tenido efectos opuestos en la desigualdad dependiendo del período histórico, la actuación del gobierno y la estabilidad económica internacional. Igualmente, podríamos afirmar que la globalización ha beneficiado más al crecimiento económico del país, que a la convergencia de los ingresos de su población. Para acabar, ante la situación actual, el gobierno surcoreano habría de centrarse en la reestructuración de la mano de obra para combatir la dualidad del mercado y en la construcción de un nuevo sistema de seguridad social que garantice una verdadera igualdad de oportunidades. En particular, sería muy necesario que este se comprometiera a impedir que la educación continúe siendo una importante fuente de desigualdad. De este modo, sería muy adecuado que el gobierno logrará a través de sus políticas lo que proclamó el pródigo pensador chino, Confucio: “donde hay educación no hay distinción de clases”.

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